quinta-feira, 27 de agosto de 2009

LAS HORAS






El llega siempre a las diez y quince, con el mismo silbido tramposo. A las diez y catorce, salgo a la ventana y bajo las escaleras cuando él toca la guitarra en el piso y me hace un movimiento de reverencia. Reímos por la calle como dos perros sin dueño que se contentan con cualquiera sobra. Entonces me dice que pronto el mundo se dará una sacudida, grabará un CD, tendrá amigos influyentes, y así sucesivamente. Yo arqueo las cejas moviendo los ojos, siempre disimulando porque conozco su pesadilla obsesiva de convertirse en celebridad y no quiero causarle un dolor que pudiera despertarle del su sueño. Seguimos nuestro camino con pasos calculados, creamos pretextos para que a las once, en punto, él comience el espectáculo. Él sabe, aunque lo niega, que su destino será tocar en bares, mezclado con el humo de los cigarrillos y con la esperanza tosca que le oprime la garganta como un nudo de amargura. A veces, disimulando la inseguridad, me pregunta si creo en su talento, sabiendo que siempre gritaré a los cuatro rincones del alma, que sí, que sí, que sí. También dice que la vida vale la pena por el hecho de que existo y promete no olvidarme el día en que el mundo reconozca su arte. Independientemente de eso, yo lo aplaudo y le hago mi reverencia. La calle es nuestro escenario. Él sube al tope de una tierra amontonada y ensaya un grito de victoria. Yo contesto como el auditorio imaginado, con un ¡Viva! ¡Bravo! ¡Magnífico! ensayando lo qué pudiese ser peor como muestra de mal gusto. Luego, él toma con su mano la mía y la lleva hacia su pecho, inclinándose para besarla tiernamente. A las diez y cincuenta, me dice que si quiero besarlo, debo aprovechar el momento antes de que le llegue la fama. Y yo lo beso con locura, deslizando mis manos bajo su camisa, escudriñando en su cabello y sintiendo su olor a hierba mojada. Mi lengua empleada en la medida de nuestra distancia es la misma que intenta pronunciar la frase "este peón me encanta… me encanta… me encanta". A las once, llego a casa a escuchar los primeros sonidos de su voz que me despiertan inusuales deseos.

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