domingo, 18 de outubro de 2009

ESCUCHANDO LA VIDA

Escuchando a la vida


¿Qué sabemos de nosotros? Esta historia tiene la opción de empezar con una cuestión filosófica, ya que cualquier respuesta, sin embargo, es reduccionista, un hueco, un vacío en el cerebro. Otra posibilidad, si es necesario partir desde un punto, sería la luna de oro en el cielo. Un punto impreciso. Luna casi llena, luna casi menguante. Lisboa, sin dormir. Eran un hombre y una mujer. Más que eso: un río, una música, barcos que pretendían ser mirados, un viento frío, una goma de mascar y las diversas posibilidades de organización de estos elementos. Pero cuando el sueño se tropieza con la realidad, de hecho, se pierde el hilo conductor de la vida. No me preguntes nada, las cosas que buscan sus cursos encuentran sus vacíos. Cajas de silencio para cruzar. En los ojos de ellos, una lágrima; en sus labios una frase de perdón. Mataron a la luna, bebieron el licor.
La mañana de Lisboa tiene cuatro pilares de oro. La aurora entró por la puerta de la habitación. Un hombre desnudo en sus ojos. Un hombre con la fuerza de Hércules y la ternura de Guevara. Ella quería huir, pero ¿de qué? Sabía muy poco acerca de sí misma. Sabía muy poco sobre el hombre que tenía en las retinas una caja registradora de momentos. A veces más, a veces menos. Un hombre que mide distancias, calcula el ancho, compara, investiga. Un hombre que tiene colores cálidos en la punta de los dedos y dibuja mujeres por las paredes de la casa. Mujeres sin alma. Escribe versos con colores fríos. Mar, cielo y un tiempo verde que no viene.
Ella sonríe sabiendo menos de sí que de los otros. Escucha las sílabas de su nombre resonar en las esquinas del salón, pero no está segura de que sea el mismo suyo. No recuerda el camino de regreso. ¿Volver a dónde? No tiene sede, ni hambre, sólo la palabra pasión pegada en el azul de su paladar. Azul del mar, azul del cielo, azul de agosto que se extiende por todo el verano mientras él caza mariposas en su garganta. Príncipe de leyendas. Beso de manzanas envenenadas. Como La bella durmiente estaba presa de ese hechizo. Le pide una palabra bonita. Él responde con metáforas, con versos que todavía no lo hice. Ella siente dolor, ganas de llorar. Quisiera correr mientras el sueño de la magia se disuelve. Entra en el autobús. Acuesta la cabeza en la sinopsis de un poema que es un mapa de imágenes ahora manchado por sus lágrimas. Son versos que toman un impulso y siguen con ella por la ruta de su vida.
Yo, aunque narradora omnisciente, llego al final de esta historia sin saber la verdad del hombre. ¿Por qué la dejó ir? ¿Por qué no la ató a los cordones de sus zapatos gastados? Esta historia podría terminar con esta cuestión metafórica, pero voy a añadir al texto la gran frustración de la mujer: la palabra pasión que ella tragó mientras huía.
Lucilene Machado.

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